"Quieren quitarnos la personalidad". "No dejes que te cambien". "No cambies, no cambies, no cambies...".
Opinión | 13 de marzo de 2024Estas y otras frases, repetidas en voz muy baja, casi al oído, como si del mayor de los secretos se tratara, se multiplicaron con el paso del tiempo entre las internas. Las llamadas "díscolas y rebeldes", que se diferenciaban del resto. Marcadas por no se sabe qué marca definitiva, controladas a todas horas, ya que —pese a vivir juntas—, no estaba permitido hablar libremente entre ellas. Hasta después de la comida, silencio absoluto. Aquellas normas de las que nadie te informaba, simplemente seguías una rutina diaria: "como todas. como todas".
Filas interminables. Algunas, con la mirada perdida en un punto de la pared más próxima. Las manos en los bolsillos de la bata como todo refugio.
"No hables con ellas, son niñas sin formar". Bastaba con guiñarnos un ojo en cualquier momento. Los gestos no traducibles por la mayoría crearon un código determinado. El nuestro. Media sonrisa ladina era suficiente. Y un árbol en medio del patio. Era enorme. Aquel árbol supuso una especie de salvación para muchas. Cada una se sentaba en un extremo, y hablábamos a través del tronco.
Las "niñas sin formar", cuya supuesta deformación pasaba por pensar, tener opinión propia, discutir o quejarse, fueron las más perseguidas. Trasladadas una y otra vez por toda la geografía española, con la única intención de romper todo vínculo posible. De Madrid a Logroño. De Logroño a Valencia. De Valencia a Sevilla... memorizamos nombres y apellidos, junto con números de teléfono, porque algún día —aunque lejano—, nos volveríamos a encontrar. Fugas y más fugas. Algunas, exitosas. Pero nadie regresó para contarlo, aunque se convirtieron en heroínas válidas, las más grandes, inmensas, valientes y decididas. Y aún hoy —me pregunto—, bajo qué sistema nos encontramos, en nombre de esa GESTAPO a la española, llamada Patronato de Protección a la Mujer. No son testimonios, es vida. Vida después de una muerte impuesta que anulaba conciencias, cuya confusión mental creó miles de diagnósticos para los restos, con los que cargaremos hasta que nos pongan ese pijama de madera, camino de la incineración.